lunes, 7 de septiembre de 2009

Un rayo de esperanza

  • Diagnóstico y acciones acertadas

La declaración de Londres de la Cumbre del G20 del 2 de abril de 2009 exhibe un gran balance entre sus elementos conceptuales, y en cuanto a lo general y a las medidas prácticas. Como documento político es de una calidad sorprendente en su rigor técnico, y refleja nuevos elementos de consenso entre los líderes de las naciones más grandes y poderosas del orbe. Es un rayo de esperanza al plantear una hoja de ruta para enfrentar la primera gran crisis del mundo globalizado. Los mercados tuvieron el 2 de abril una primera reacción positiva.

En lo conceptual, la declaración plantea: una crisis global requiere de una solución global; crecimiento y distribución son indivisibles para que la prosperidad sea sostenida; la necesidad de regulación efectiva; así como de fuertes instituciones globales. Además, se recupera el compromiso con los países en desarrollo y los más pobres; con el libre comercio y la Ronda de Doha; y se abre la puerta para ulteriores consideraciones de desarrollo sustentable. Como lo planteó Barack Obama mismo, se abandonó la creencia en el consenso de Washington, la desregulación y la globalización sin límites.

Horas antes de la cumbre se anunciaban posiciones un tanto divergentes: el eje anglosajón ponía el énfasis en las medidas de estímulo fiscal, al que se unió Japón; franceses y alemanes amenazaron con retirarse de la cumbre si no había mayor regulación financiera y bancaria; y de las economías emergentes, escuché la voz del excelente economista y discreto líder de la India, Manmohan Singh, alertando contra los peligros del proteccionismo. El resultado fue un sano equilibrio entre las partes y un éxito rotundo para Barack Obama en la diplomacia mundial, el cual legitimó su liderazgo sobre una base nueva de diálogo constructivo en materia económica. Se enterraron las prácticas anteriores de unilateralismo y monopolio de la verdad de sus predecesores, los cuales venían, como predicadores, a difundir su verdad. También otorgó un aura de legitimidad al líder escocés, tímido en contraste con la elocuencia de su predecesor, y actual Primer Ministro del Reino Unido, Gordon Brown

En los años y décadas anteriores, han existido fuertes discrepancias entre los países anglosajones por un lado, y Francia y Alemania por el otro. Los primeros, a partir de Reagan y Tatcher, creyentes en el fundamentalismo de mercado, defendieron la desregulación a ultranza y permitieron el desarrollo no regulado de los mercados de derivados. Francia y Alemania, defensores de mayor regulación, vieron a Londres y Nueva York tornarse en las capitales de los mercados financieros globalizados, pero no solo eso, la globalización significó que ellos tampoco pudieron escapar a los abusos en esos mercados. Una discusión ética interesante. El G20 inclina la balanza en la dirección que el mismo Adam Smith sospechó. Los agentes económicos tienden a tomar ventaja de mercados no regulados. Se perdió fe, no en los mercados, sino en la capacidad de los agentes económicos de autorregularse. Por lo tanto, concluye el G20, la regulación y la supervisión deben promover la corrección, la integridad y la transparencia, con conciencia de los efectos globales de las acciones.

Siempre se puede pedir más, como por ejemplo en este caso, mayor ayuda a los países en desarrollo, mayor liberación del comercio mundial, un programa coordinado de estímulo fiscal, mayor armonización de la regulación, etc. No obstante, deben admitirse los grandes logros, en particular el reconocimiento de que ante una economía global los países deben actuar con una visión internacional; que estas acciones deberán basarse en nuevos consensos sobre las políticas económicas; la necesidad de mayor regulación; y donde el unilateralismo resulta anacrónico. No solo el diagnóstico es acertado, sino que las acciones delineadas son consistentes con este análisis. Aún más, los líderes del G20 no solo lograron un tremendo avance en Londres, sino que se vuelven a reunir en seis meses para revisar el avance en su plan de acción.

En este nuevo entorno, desvaría la nueva izquierda latinoamericana al proponer un socialismo populista en lo fiscal y en su manejo clientelista del gasto público, neo-proteccionista en el comercio internacional, con fuertes tendencias autoritarias en lo político y sin coherencia teórica ni política en su planteamiento alternativo al mercado.

La Nación

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