- En las circunstancias actuales, existen razones para el optimismo
Los indicadores de la crisis en Estados Unidos no podrían ser más severos. Los precios de los bienes raíces continúan cayendo (18 % solamente en diciembre), las bolsas de valores parecen no tocar fondo, y ahora la crisis ha llegado al llamado sector real de la economía con cierres de empresas y el creciente desempleo. Una depresión estadounidense se propaga por la infinidad de vasos comunicantes a la economía globalizada: menor consumo de bienes importados, reducción del turismo, menos flujos de inversión y una reducción de los volúmenes de remesas, entre otros. Si llegase a materializarse una depresión prolongada, sería la primera de la posguerra y, por las características de la economía mundial, no dejaría rincón sin sufrir sus efectos.
Optimismo. En las circunstancias actuales, ser optimista es pensar que la crisis será breve. Esto es, que la recuperación se inicie en el propio 2009. Existen razones para el optimismo.
Primera, desde el abandono del patrón oro en 1972 por parte de los Estados Unidos, el mundo adoptó, de hecho, el patrón dólar. Esto ha permitido a ese país mantener un doble déficit de manera casi permanente. El déficit de la balanza comercial se paga con los dólares que las economías excedentarias en su comercio internacional terminan invirtiendo en los mercados de capitales estadounidenses, financiando así, simultáneamente, el segundo déficit: el fiscal.
Previamente a la presente crisis se había venido dando una paulatina sustitución de las monedas de reserva de los bancos centrales del mundo, e incluso una búsqueda por parte de inversionistas privados de otros refugios de valor que incluyeron el petróleo y materias primas. En consecuencia, el dólar perdió valor. La crisis recrudeció, particularmente después de la quiebra sin rescate alguno de Lehman Brothers y en la ausencia de un plan B para prevenir el contagio. Como resultante, cundió el pánico. Las bolsas se desplomaron, así como los bancos de inversión.
Sin embargo, interesantemente, se revirtió el fenómeno del dólar. Este recuperó valor y su papel de patrón oro. Al punto de que hoy en día el rendimiento de los bonos del Tesoro es negativo en el mercado secundario. Es decir, gran parte de la liquidez mundial regresó a los Estados Unidos, al dólar, pues la seguridad máxima (bonos del Tesoro) es preferible, ¡aun a cambio de rendimientos negativos!
Es decir, si bien algunas fortunas se han esfumado o reducido en los mercados accionarios, en términos generales, si bien existe una falta de liquidez en los mercados bancarios y, consecuentemente, en la economía, los grandes activos líquidos todavía existen. Simplemente están estacionados en vehículos que no reactivan la demanda: bonos del Tesoro. El desafío es de sincronía para detener la depresión. Las ondas recesivas de desempleo, menor demanda, mayor desempleo y así sucesivamente, ya se echaron a andar. Las nuevas autoridades económicas deberán recuperar la confianza perdida por las salientes en cuanto a su capacidad de manejo macroeconómico y sectorial, a tal punto que la liquidez aprisionada en bonos del Tesoro regrese a los mercados de capitales a financiar acciones y bonos de las empresas, compra de bienes inmuebles y, en definitiva, el consumo. El desafío es lograr el retorno de la confianza antes de que el ciclo desempleo-baja en consumo se convierta en una espiral deflacionaria. Este es el reto de la Administración Obama.
Cambio tecnológico. Una segunda razón para el optimismo surge del cambio tecnológico. Tasas sostenidas de crecimiento económico dependen de la incorporación sistemática de cambio técnico, de tal manera que se generen aumentos en la productividad para permitir salarios crecientes y niveles adecuados de rentabilidad. Los años que precedieron a la Gran Depresión se caracterizaron por bajos aumentos en la productividad. No había cambios tecnológicos alimentando el crecimiento económico. Lo cual no varió durante crisis ni durante la recuperación. Este en realidad solo se dispara con la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad vivimos una verdadera revolución tecnológica sin precedentes en la historia mundial. La aplicación de los principios digitales y la transmisión de información a bajo costo continúan incrementando la productividad, las innovaciones de productos y procesos son generalizadas, y la interconexión de mercados es cada vez mayor. Los Estados Unidos, con sus particulares vínculos entre universidades y sectores privados, exploración espacial e innovación pública y privada, así como las imbricaciones de la industria militar, aseguran un entorno muy favorable para la invención y sus aplicaciones en innovaciones. También merece destacarse la flexibilidad de sus mercados laborales.
En resumidas cuentas, existe la liquidez para la reactivación de la demanda y los factores estructurales para el crecimiento de largo plazo, y nuevas autoridades económicas de peso y respetadas. El desafío para que la caída sea breve es de cambio de expectativas, en gran parte producto de confianza en que las medidas ya tomadas y, principalmente, las que se tomarán, ahora sí, serán contundentes y oportunas, antes de que nos ahogue el desempleo y el sufrimiento que esto acarrearía en todo el orbe.
La Nación, miércoles 7 de enero de 2009
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