• Hacia una recomposición de balances
Recientemente, el enfant terrible y premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, exclamó: “La caída de Wall Street es para el mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo”. La nueva izquierda latinoamericana no acaba de festejar.
En efecto, nos encontramos ante la mayor crisis del mundo globalizado, y, probablemente, desde los años treintas. La Unión Europea ya se declaró en recesión, siguió Japón y pronto lo hará Estados Unidos. Las tres economías más grandes del mundo en recesión (dos trimestres consecutivos con tasas negativas de variación del PIB) y batallando por una temida depresión (decrecimiento prolongado del PIB, desempleo creciente y deflación de precios).
¿Significa esto el fin de la economía de mercado como lo simbolizó el Muro de Berlín para el modelo soviético de economía planificada centralmente? La respuesta es un rotundo no.
En primer lugar, cuando cae el imperio soviético existía la alternativa del mercado. Ahora no existe ninguna alternativa al mercado. Existen variantes del mercado, desde el modelo anglosajón hasta los países escandinavos, sin dejar de lado las reformas pro mercado de China e India. Estas últimas, por cierto, han logrado la mayor reducción de la pobreza en el menor tiempo en la historia de la humanidad.
¿Significaría, según las tesis izquierdizantes, que China e India deben regresar a modelos estatizantes, que, por cierto, habían fracasado en reducir la pobreza? La respuesta es no. Si de algo carece la neoizquierda latinoamericana es de una propuesta coherente para el desarrollo. Se debaten entre un proteccionismo populista y una política social del mismo corte.
El mismo Stiglitz, en sus contribuciones más recientes, peca del infantilismo del desarrollo económico de las décadas del cincuenta y sesenta, a saber, existen fallas del mercado y un Estado benevolente, el cual solo les hace caso a los tecnócratas y puede planificar más eficientemente que el mercado. La amplia literatura sobre las fallas del Estado, no solo se ignora, sino que parece suponerse una capacidad institucional que rivaliza con la del Estado sueco.
En realidad, gran parte del problema del desarrollo es cómo llegar a tener instituciones que respondan al bien común y no sean presa de intereses mercantiles particulares, como ocurre en mayor medida en los países en desarrollo.
Lo que cayó. ¿Qué fue lo que en realidad cayó? No cayó el mercado. Cayeron los balances entre mercado, regulación y Estado. Estos se recompondrán en nuevos equilibrios. Quedó claro para todos que los mercados de productos derivados (aquellos cuyo valor lo determina otro título, como, por ejemplo, las titularizaciones de hipotecas dependen del valor de las hipotecas) no se autorregulan eficientemente como se creyó.
La falta de regulación indujo a una falsa apreciación del riesgo de parte de muchos, incluidas las mismas agencias calificadoras de riesgo. En consecuencia, muchos se aprovecharon. Las tecnologías y la interconexión de mercados esparcieron el contagio por todo el mundo financiero. Nuevas regulaciones en esta área y, en especial, para los bancos, son indiscutibles. Cuáles y con qué alcance está por verse. Esto es historia económica en proceso.
Revivió el papel del Estado, con todas sus armas keynesianas e, incluso, de estatización transitoria. Ante un riesgo sistémico o la amenaza de depresión, se han bajado tasas de interés, diseñado paquetes de rescate de bancos, incluidos los aportes de capital, implementado fuertes programas de aumento de la liquidez, e incluso se empiezan a discutir programas de apoyo específico a industrias como la automotriz, y también la fuerte medida de reactivación fiscal china equivalente al 15% de su PIB.
La crisis de 1929 y la depresión que la siguió vieron renacer el proteccionismo. Siguieron guerras comerciales que a todos empobrecieron. Esta lección parece haberse aprendido, excepto por Stiglitz y algunos en Latinoamérica, quienes quieren resucitar el fantasma del proteccionismo.
La recomposición de balances entre mercado, regulación y Estado será un tema obligado de análisis para los estudiantes de la economía, las ciencias políticas y la historia. Pero hasta ahí. Sólo espero que no tengamos que redescubrir la importancia del comercio internacional ni el valor del mercado al potenciar la iniciativa individual.
La Nación, 3 de diciembre de 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario