sábado, 10 de octubre de 2009

Choque de estados-civilización


La modernidad es hija de Europa, de su Renacimiento, de su cultura y su filosofía, su transformación económica y del surgimiento del estado-nación. La globalización (interconexión transfronteriza de mercados e información) lleva el sello europeo. Está impregnada de la visión secular, liberal y consumista de la cultura occidental.

Esta visión despierta dudas legítimas. El consumismo es una respuesta limitada a interrogaciones más profundas, particularmente si se le percibe como asociada al ateísmo y a una pérdida de valores morales. La respuesta-rechazo más traumática ha sido el retorno a la teología violenta Wahabí del siglo XVIII, entre cuyos seguidores contemporáneos se encuentra Bin Laden.

En general, la globalización de sello occidental plantea un gran desafío para los estados-civilización. Estos son aquellos que cuentan con una cultura milenaria. Para estas culturas la respuesta occidental puede valorarse como superficial e incompleta. Su incorporación a la modernidad y al mundo globalizado no puede ser como un estado-nación más. Su civilización debe incorporar la modernidad con algún grado de consistencia cultural, ética y política.

Un caso interesante de un estado-civilización moderno es Japón. Reaccionó a su derrota en la Segunda Guerra Mundial con una decisión competitiva. Competir con occidente en materia de innovación tecnológica y una modernización agrícola e industrial acelerada. Se reconstruyeron a sí mismos en una versión única de la modernidad, la cual responde a tradiciones y valores propios. Su modelo político dista de la democracia liberal y su organización económica tampoco sigue el modelo liberal occidental. Interesante sincretismo que amerita más análisis.

En la actualidad, dos nuevas civilizaciones se incorporan al mundo globalizado, pero estas tienen capacidad de cambiar al mundo. Las milenarias culturas india y china trasladarán el polo magnético globalizado hacia el este. Su peso demográfico y, eventualmente, económico, hacen este resultado inevitable. Son verdaderas civilizaciones con capacidad de poner en perspectiva la propuesta de occidente hija del Renacimiento europeo.

Los siglos XIX y XX fueron dominados por la expansión de la civilización europea, su cúspide dominada en las últimas décadas por Estado Unidos, que no representa una ruptura con Europa. En el siglo XXI el eje se trasladará paulatinamente hacia el este con una ruptura del predominio casi absoluto de la civilización europea. Apenas se esbozan algunos elementos de los cambios a materializarse, a estas alturas casi como especulación analítica. Sus raíces filosóficas y religiosas son ajenas al judeo-cristianismo y a la secularización posterior. Tienen distintas concepciones del tiempo, de la armonía y de lo colectivo. Pero bienvenida sea la diversidad, siempre y cuando no haya regresiones en lo que se refiere a las grandes contribuciones de occidente, particularmente en cuanto a libertad e igualdad y ciencias, y ojalá aportando en lo referido al desafío de darle un mayor sentido a la existencia.

Latinoamérica no tiene choque de civilizaciones con occidente, pero sigue sin responder adecuadamente al desafío de la modernidad.

La Nación 23 de septiembre de 2009


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